Nos levantamos pronto como siempre, y nada más abrir los ojos ya estaba viendo desde la ventana mis adorados rascacielos (todas las noches la dejo abierta para dormirme viendo todas las lucecitas)...mi primera frase de la mañana fue, entre bostezos: "Qué bonito..."
Bajamos a desayunar al bar de siempre pero esta vez desayunamos como americanos de verdad.
Y, aún con el desayuno en la boca, al metro (donde, por cierto mamá, me he enterado de que hay ratas enormes). Ya le vamos cogiendo el truco, porque el primer día...madre mía.
Camino a Wall Street se subió una chica medio borracha que iba bebiendo alcohol tapado con una bolsa (porque está prohibido beber en público) e iba contando no sé qué historia (este es un dato no relevante pero me apetecía contarlo).
Y, por fin, llegamos al centro de los negocios en Nueva York...nada más salir de la boca del metro, se podía ver una oleada que ocupaba toda la calle de hombres trajeados con maletines y tecleando en su Blackberry como posesos, mujeres con tazas enormes de café para llevar...había que arreglárselas para entrar en la marea sin terminar aplastado.
Y cuando mi estómago empezó a avisarme de que ya era hora de comer (por gula más que nada) me compré un pretzel (galleta/pan típica de Estados Unidos) relleno de jamon york y queso derretido. Riquísisimo.
De repente, en medio de todo el gentío que se quería hacer foto con el famoso toro de Wall Street y con Battery Park al fondo, mi tio me dio la gran noticia (chan chan chaaaaaaaan): IBAMOS A SUBIR EN HELICÓPTERO.
Mi primera reacción fue decirle: Mentira, no me lo creo.
Pero sí, así era.
Esperando a que nos cogieran, podía ver el puente de Brooklyn de fondo (mi puente bonito, la de veces que lo habré visto yo en fotos y es aún más guapo en la realidad)...más tarde, nos pesaron y nos pusieron a hacer cola; y claramente, empecé a impacientarme. Pero todo llega, y eso no iba a ser menos.
Es precioso ¿verdad?
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